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Mi pecho quería romperse

octubre 12, 2022

Mi pecho quería romperse

Algo cayó sobre mí, era tan pesado que logró tumbarme. De un momento a otro, sin previo aviso de un sonido fuerte si quiera, quedé tirada y enterrada en lo que se sentían un montón de escombros. El primer golpe de peso lo sentí en los hombros, espalda y brazos, después en mi cabeza (lo que me dejó una sensación de mareo).

Cundo logré percatarme de que estaba debajo de quién sabe qué cosas, el aire comenzó a faltarme. Mis brazos y piernas dejaron de sentirse mientras que al pecho lo sentí más que nunca: parecía que me iba a estallar.

Mi nariz sangraba, la garganta me ardía, no podía concentrarme en jalar aire por el dolor intenso de mi pecho. Me di cuenta de que estaba con los ojos abiertos y pensé, que si los cerraba fuertemente lograría concentrarme en respirar y mantenerme viva… no lo logré.

Mi mente se fue de inmediato a todo lo que alguna vez me dolió, desde lo más pequeño a lo más grande. Mi pecho me pedía a gritos que parase porque el aire ya no estaba entrando y él estaba a nada de explotar, pero no podía parar. Necesitaba pensar en todo lo malo, en mis más grandes angustias, en mis peores miedos.

Pero me estaba mintiendo para sentir que valía la pena el dolor de mi corazón. No había nada encima de mí, nada que me enterrase y me asfixiase, sólo estaba yo, en el suelo llorando y deseando irme de aquí y de cualquier otro lado donde pudiera estar.

Necesita irme, necesitaba correr a quién sabe dónde y necesitaba brincar para que al momento de la caída simplemente despareciera. Quería largarme, quería destruirme, quería que el techo se me viniera encima y me enterrara en serio para creer así que valía la pena el estallido de mi pecho, el entumecimiento de mis brazos y piernas, mi falta de aire, el ardor de mi garganta la sangre en mi nariz.

Me grité una y otra vez hasta el cansancio que yo sólo sabía mentir y ser una miseria, que no merecía consuelo, ni lástima ni enojos por parte de nadie porque yo no era nada y a la nada se le ignora.

Volví a cerrar mis ojos para evitar ver mi realidad, pero nada cerraba mis oídos; seguía escuchando a cada auto y moto pasar, a personas reírse, a la televisión encendida. La realidad de todas esas personas viviendo esos escuchares no era la misma que la mía debajo de mi propia alma, aplastada por mis propios susurros, estropeada por mis miedos. ¿Por qué nadie entraba a rescatarme?

La envidia de no estar en el sofá viendo la tele por estar sumergida en ese dolor indescriptible me llenó de odio: ¿por qué me está sucediendo esto?

Alguien entró…

—¿Por qué me tiene que pasar esto? ¿Por qué tengo que sentir estas cosas? ¿Qué tengo que hacer para dejar de pasar por esto? Ya me cansé.

­—Shhhh, chilla, mi niña, chilla.

Y así lo hice, hasta que mi pecho dejó de querer romperse.


    Escritora.



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