Desahogo y reseñas

Reflexiones Textos

Morado

abril 19, 2020

Morado

Hace un par de años se me quedó grabada la parte de una clase de análisis del discurso:

“¿Cuántas veces no hemos escuchado decir que las palabras no son suficientes? ¿Qué no se puede expresar todo en palabras? Claro que es ambicioso querer decirlo todo, el todo ya nos sugiere un problema pero ¿las palabras no son suficientes para describir, hablar de lo que sentimos? Pienso que las palabras sí son suficientes, tal vez es que no queremos decir lo que sentimos en sí, tal vez sólo estamos cortos de léxico, porque las palabras sobran”.

Por supuesto esto tenía una connotación mucho más importante; sin embargo, esta partecita de aquella clase se me ha quedado muy impregnada en mi forma de ser. Desde ese día intenté decirlo todo.

Muy pocas veces volví a recurrir al “no me alcanzan las palabras”, porque en ese par de horas donde hablamos tan pasionalmente de ellas, yo cambié por completo; después de eso comencé a tener las suficientes palabras para todo.

Expresar mi sentir se convirtió casi en un deber. Aquellas situaciones que ameritaban estrés y brincos bruscos del corazón comenzaron a tener sentido en mi lengua y en mi escritura. La verdad es que me la pasé muy bien teniendo las letras juntas en armonía tan a mi alcance. “No sé qué decirte” se convirtió en mi nueva mentira pues, claro que sabía qué decir, sólo no quería hacerlo.

Sin embargo, hace un par de días mi cerebro se secó y no sé, creo que todas las palabras habidas y por haber bailaron de manera precipitada sobre mi tumba (también sobre mi lengua) y se rieron a carcajadas de mí… me quedé sin palabras.

Vaya situación. Recordé aquella clase, me regañé por lo tonta y pensé “¿cómo expresar esto? Me siento… “así”, entonces ¿cómo lo digo?” Este “cómo lo digo” se convirtió en mi enemigo (chance para siempre). No es que no quisiera decir algo de lo que sentía sólo que las palabras no parecían suficientes. En ese momento mi sentimiento era tan intenso que decir cualquier cosa era nada. “Nada”, les dije a las tontas letras.

Traté de escribir lo que sentía pero las letras por sí mismas no tenían sentido y en conjunto me parecían aberrantes. Quise decirlo en voz alta, pero mi voz no salía y mi lengua se enredaba, no había sentido en expresarlo. Intenté formularlo en mi mente, pero mi mente giraba y revolvía cualquier palabra posible haciendo también un sinsentido. Quise llorar porque tenía mucho que expresar y nada podía hacerlo. ¿Cómo es que las palabras se volvieron tan insignificantes? ¿Cómo pueden ser tan pequeñas comparadas con este sentimiento?

De un momento a otro, sin aviso y sin querer,  mi sentir sobrepasaba mi habla, mi escritura, mi idioma y toda estructura fonética articulada. Qué problema.

Me senté en el suelo impresionada pensando en lo fácil que era decir que me sentía aturdida por mi falta de palabra, pero para mi otro sentimiento no había palabra correcta. Es que había tantas de ellas y todas parecían prudentes, pero ninguna alcanzaba el nivel que yo buscaba, ninguna terminaba de decir lo que en mi interior estaba sucediendo.

No había oración alguna, llena de todas esas palabras, que pudiera dar vasto para explicar el qué, el por qué, el cómo, el dónde, el cuándo y una vez más el qué, de lo que hacía a mi corazón latir tan fuerte y parar de repente.

Lo que sentía me hizo llorar, gritar, reír, sentarme, acostarme, pararme, soplar, rascarme la cabeza, cubrirme la cara, quitarme el sudor, morderme el labio, sacar la lengua, cruzar las piernas, ir de urgencia al baño, tocarme el pecho, respirar profundo, sobarme el hombro izquierdo, acariciar mi pierna, pellizcar mis brazos, resoplar, mover los pies, dar brincos, llorar de nuevo, llorar y tomarme una foto mientras lloraba, gritarle a mi madre, pedirle perdón a mi madre, acostarme boca abajo aguantando la respiración, reírme por lo ridícula, quitarme la ropa y quedarme en ropa interior, llorar una vez más, mover los ojos de lado a lado, reír por haber llorado… y al final nada de eso dice lo que quiero decir, porque para este sentimiento las palabras no son lo suficientemente expresivas para expresar lo que es, porque para este sentimiento ellas son poco eficaces para su trabajo.

Este sentimiento es más fuerte que todo lo que es posible decir. Debo aceptar que me preocupa que al no tener la posibilidad de decirlo se piense que esto que siento no existe, porque lo hace. Me afecta en múltiples formas, me afecta tanto que me quitó las letras y las convirtió en garabatos sin ningún sentido.

Creo que me equivoqué al asumir que todo podía expresarse en palabras, que ellas siempre alcanzan; creo que al hacer esto subestimé mis sentimientos y sus movimientos sorpresa.


    Escritora.



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