Hola y Adiós
El calor me consumía. Me encontraba al aire libre y la temperatura del ambiente era baja; el aire despegaba con fuerza y podía sentirlo en mi cuerpo casi desnudo, pero yo estaba hirviendo. Podía sentir la bruma calurosa entre mi pecho y barbilla, al mismo tiempo mis axilas picaban y mis pantorrillas sudaban. La fatiga me alcanzó e impidió que diese otro paso, mi sed se hizo insoportable y a pesar de tener la boca húmeda, para mí estaba seca. Por cada inhalación mis pulmones pedían auxilio pues estos sentían fuego más que aire. Y por último, el bochorno incómodo de la espalda obligó a mis manos a tocarme y hacerme sentir cada gota de sudor… yo estaba helada.
El lugar en el que me encontraba no lo reconocía. Lo único que veía era un “cuarto” gris, como si fuese la pantalla de un televisor sin señal alguna, y a mi propio cuerpo que se movía, tal vez estaba volando. El lugar parecía no tener esquinas o texturas, pero definitivamente estaba en un “algo” pues lograba sentirlo, hasta olerlo.
-¿Acaso es confusión lo que noto o es que sólo no lo has aceptado? –Una voz bastante aguda dijo a mis espaldas. –Tal vez solamente estés asustada, pero si estás confundida, amiga mía, eso sería muy decepcionante.
Giré de manera rápida para encontrar de frente a una mujer de piel negra y de estatura mediana vestida igual que un bufón.
-¿Quién eres? –pregunté con recelo.
-¿Quién? Oh, claro, ustedes siempre tan… tan ustedes. Por el momento puedes llamarme “Hola”, pero te advierto que en ocasiones me llaman “Adiós”–contestó con una sonrisa encantadora.
-¿Hola? –Dije confundida.
-Adiós. –Contestó entre risas.
El calor se hizo más insoportable y al mismo tiempo mi piel más fría (si es que eso es posible)
-¿Puedes por favor decirme qué hago aquí? ¿Por qué me siento así? Tú sabes algo de esto ¿verdad? –Pregunté arrastrando las palabras con el poco atisbo de esperanza que podía expresar, mi boca ya no podía más con la sequedad.
-Estás aprendiendo a llamarme “Adiós”. Realmente espero que no estés confundida porque tengo mucha fe depositada en ti…Respira hondo, por favor intenta hacerlo –comenzó a decir la mujer negra antes de que pudiese contestar algo, sin embargo, la voz era distinta, era igual que la de mi madre.
La mujer desapareció y desperté en mi cama, ojalá no lo hubiese hecho.
Un hormigueo recorrió todo mi cuerpo haciéndome sentir insegura. Ya no existía calor y mi cuerpo no se encontraba helado, pero aun así mis manos y pies sudaban como si se preparasen para algo, este sudor dolía. Mis pulmones ya no sentían fuego pero no conseguían llenarse, temblé por eso. Toqué mi pecho esperando sentir el latido de mi corazón y lloré al presenciar un latido apenas perceptible de este, pero la esperanza no duró mucho cuando no dio un segundo. Miré desesperada la puerta esperando que alguien entrara y me rescatara de este momento, pero nadie lo hizo.
-Todo va a estar bien, guarda la calma –la misma voz, la voz de mi madre, continuaba existiendo aún estando despierta.
Bajé de la cama y mi dirigí a la puerta intentando abrirla, pero el miedo a lo desconocido, el miedo a no saber que había detrás me impidió cometer tal acto. Mi pecho ahogó gritos de todos los años de mi vida. Mi mente me torturó con recuerdos terribles. Mis ojos ardieron con las lágrimas. Mi boca escupió sangre.
-No estoy confundida, estoy muriendo. –respondí inútilmente a las preguntas de esa mujer en mi sueño – ¡Y nadie está para mi muerte!
***
Con su último aliento, dedicó una sonrisa casi inconsciente al extraño mundo en el que nunca aprendió a vivir y luego articuló la palabra “Adiós” sin esperanza de emitir sonido. Murió sola en el suelo, a puerta cerrada, con el peor pijama existente.
-Hola –contestó risueña la mujer negra vestida de bufón.